domingo, 9 de octubre de 2011

difícil regresar

9 de octubre de 2011 Santiago de Compostela….

Han pasado dos meses desde que he regresado de mi estado mental por Asia. Realmente aunque llevo físicamente aquí dos meses, sólo hace un mes que me incorporé a la vida real laboral.

Y pasó lo que cabría de esperar de cualquier persona que se va libre en busca de aventuras y respuestas… el regreso es una gran ostia en toda la boca, en todo el corazón, en toda la mente… Todo el cuerpo se remueve, tiembla, y por dentro los órganos están perdidos buscando su sitio. Del golpe cada cual fue incorporándose donde podía y tal vez con las prisas no acabaron de colocarse en el lugar correcto.

Cuando uno viaja, cuando uno se va, aceptando lo que llega, como llega, se convierte en un ser libre. De esa libertad nacen muchas otras emociones, nace el amor, nace la sensación de que todo tiene un orden lógico, de que incluso los días malos, el sufrimiento, la muerte, tiene su orden lógico y entonces nada duele, todo es casi mágico, la luz se enciende dentro de uno, sientes el alma y ves con claridad.

¿Y que sucede cuando el viaje termina?

Los primeros días son de seguridad, de firmeza, la claridad te acompaña. Piensas que puedes con todo lo que llegue, piensas que conoces lo que es real y lo que importa, que en el viaje has construido una armadura perfecta, que brilla, que proyecta la luz que recolectaste en tus aventuras. Pero no es así. No para mi. Yo me fui buscando un cambio, buscando algo que intuía que existía, algo que sólo puede existir dentro de cada uno, esa lente que te infunde seguridad y verdad, pero volví atrás.

Decidí dar un paso atrás para ahorrar, porque sin dinero, sin comida en el estómago, la mente no quiere pensar bien, el corazón no quiere sentir bien. Y por ello ahora me encuentro de nuevo en la vida que había dejado. Pero aunque aparentemente parece la misma, uno no es el mismo, por lo tanto nada es igual.

Así que mi pregunta es,

¿Qué sucede cuando el viaje termina y uno regresa al punto de partida?

Sucede la hecatombe personal, emocional, mental. Sucede que nada tiene ya un orden lógico. Lo que antes tenía poco sentido, pero se entendía, ahora ya no se entiende, ahora no se quiere, ahora no tiene ningún sentido.

La gran caída al túnel de la incertidumbre, del dolor, llegó al cruzar la frontera española. Llegué haciendo el camino de Santiago francés. Pensaba que era la manera ideal de terminar mi gran recorrido espiritual. Tras los primeros 27 km, muy duros, de un desnivel de 1700m. llegué a España. En mi primer bar casi me emociono. Al pedir algo lo podía pedir en español. Hacía tiempo que no hablaba mi lengua y eso reconfortaba mucho. Pero tras las primeras palabras también entraron en mi todas las preocupaciones que el día a día llenan a uno de miedos. Me volví una mujer aparentemente responsable, preocupada por el trabajo, el país, la crisis. Preocupara por lo que todos están preocupados. Y por eso cuando me llamaron de mi antiguo trabajo no pude rechazarlo. Podría Haberme arriesgado con lo poco que me quedaba para seguir aquel camino, pero en ese momento lo sentí insuficiente, pensé que era hora de reposar y reflexionar sobre todas mis impresiones.

Me había enamorado en el viaje y en ese momento aquello era primordial. Pasar tiempo con el era lo importante y sólo podría si conseguía más dinero. La paradoja es que para conseguirlo tenemos que estar separados. Separar a dos personas que se aman y se necesitan en el momento en que todo está naciendo es como trasplantar una planta en flor. ¿Quien te dice que va a sobrevivir? Puede pasar, pero la planta va a sufrir y mucho.

Por lo tanto. Dos meses después de mi llegada, me encuentro sola, con un amor que late lejos, observando un mundo que no tiene ni un solo sentido. Observando a los que me rodean preocupados por ese gran sin sentido, como si al preocuparse todo vaya a cambiar. A donde mire todo es publicidad. Todo intenta llamarte, hipnotizarte, todo quiere hacerte presa del miedo del no tener. Del miedo de no ser nadie si no tienes nada. Todo está orientado a la inseguridad, a la indignación. Y contra que nos indignamos, si en nuestro día a día no podemos ser dignos con nosotros mismos, no sabemos ni lo que queremos porque lo que queríamos se fue transformando en lo que nos han dicho que debemos querer.

De repente, me despierto todos los días tras algún sueño apocalíptico, con muy pocas ganas de vivir. ¿De vivir en donde?, en que?…pensando que tal vez yo pueda crear mi fantástico mundo ideal, pero que más dá, si no se puede compartir, porque no hay quien pueda escapar de la inercia de la humanidad, ni yo misma.

De repente, tras el viaje y regreso al mundo laboral, todo es oscuridad. Y llego a plantearme si era mejor no conocer la luz y vivir con la esperanza de que tal vez exista y así seguir adelante con ese motor incombustible, o si tal vez hubiese sido mejor nunca haber partido. Vivo suplicando que algo o alguien me diga como vivir esta vida, así tal cual el mundo está, y sentirse igual de pleno como cuando meditaba bajo un viejo árbol al pie de los Himalayas. Sentirme igual de viva como cuando recorría en moto las estropeadas carreteras de Vietnam, con la cara llena de barro y el corazón lleno de amor.

El regreso es siempre duro, lo sé por viajes anteriores, pero ha de hacerse, ha de encontrarse el modo de volver, de ser un loco, de tener los oídos sordos y los ojos ciegos cuando no interesa. El problema es que casi nada interesa, y me paso el día ciega y sorda, perdida, esperando que algo casi divino llegue a todos para que el despertar sea algo alegre. Mientras leía a Herodóto ya vi y comprendí que le humanidad ha sido así siempre. Que el budismo dice que el sufrimiento es inseparable de la vida humana. Así que tal vez solo me quede creer lo que me apetezca creer para hacer mi día a día especial, da igual si es verdad o no, si es una fantasía o no, ya que afuera nada es cierto, nada es sincero… y está tan bien enmascarado que muchos llegan a creer que esa es la verdad. Y esos muchos, son tantos que se creen e imponen lo que piensan.

En fin, ya entiendo porque siempre he tenido sueños catastróficos, yo misma deseo que todo se acabe, que todo renazca. Como no desearlo.

Cuando estudiaba Cine escuché que un profesor decía que con el nacimiento de la Televisión se encendió una gran esperanza en muchos, en gente que se dedicaba a la comunicación, pensando que aquello era una gran herramienta que cambiaría el mundo para bien. Trabajo para la televisión y veo que en gran parte es una herramienta que no está en manos de gente de bien o gente con verdad. Me pregunto cómo se debe sentir aquel profesor cuando el curso del tiempo transformó la esperanza en el horror.

He de ser sincera, no digo que lo que escribo sea verdad, es solo el sentimiento del día de hoy. Sé que pase lo que pase yo seguiré intentando caminar en el lado iluminado de la tierra, yo seré guerrera y seré fiel a lo que creo justo, aunque sea tal doloroso, a pesar de todos los regresos.

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