domingo, 3 de julio de 2011

Asia, un estado mental

Hoy es 1 de julio, en 6 días empiezo el largo camino de regreso, dejo Asia. Antes de empezar este viaje estuve viendo la serie “Doctor en Alaska” y me encantó, pensaba que algún día quiero crear algo parecido. En uno de los capítulos finales se dicen dos cosas que me gustaron. Una es que en la vida uno conoce a la gente que tiene que conocer, nadie es casual. La segunda es que Nueva York es un estado mental. El protagonista pasa la serie queriendo regresar a Nueva York. Para mí el pedacito de Asia que he recorrido ha sido un estado mental.

Empecé este viaje con un curso de meditación, en su momento pensé en escribir todo lo que había sentido en el curso, quería compartirlo todo, pero los acontecimientos, todas las aventuras que llegaban a velocidades impredecibles, no me dejaban tiempo para escribir. Y con el tiempo decidí dejar madurar todo aquello en mi cabeza.
Durante aquellos 10 días mis sueños nocturnos me atormentaron. Desde que había llegado a Nepal no dejaba de soñar con situaciones de la vida normal, pero situaciones desagradables, se repetía una y otra vez la muerte de mi gatito Trapo (murió una semana antes de partir) y yo culpaba a mis padres por ello. Discutía con cada persona que conozco. Cada noche tenía una pelea diferente, con mi padre, mi madre, hermano, amigos cercanos… Ir a dormir era ir a discutir. Una noche soñé que una persona, la cual no me cae bien en la vida real, se moría. Un amigo se daba cuenta de que aquella persona se había muerto porque yo lo había deseado. Me habían descubierto, y yo había descubierto que mis deseos tenían una fuerza mucho mayor de la que yo pensaba. Aquella noche me desperté en el frio cubículo del centro de meditación con un miedo espantoso. Pasé horas despierta en cama sin poder dormir. Yo no quería tener malos deseos, no quería muertes. Durante horas temblé en la cama. Aquella noche fue la última discusión en sueños y empezaron los sueños de la deconstrucción. Un día soñé que en una ciudad, horrible ciudad, repleta de edificios clónicos, feos, había un hospital. En la última planta había una mujer dando a luz. Yo estaba allí y los médicos me ensañaban como se ayuda a dar a luz. Aquella mujer paria sin dolor. Yo no me lo podía creer. Pero ella dijo que se había preparado mucho para ello. El parto fue rápido y el niño estaba sano. De repente yo volvía a estar subiendo el mismo edificio del hospital. Esta vez no había médicos y yo debía ayudar a la mujer solita. De nuevo la mujer volvía a parir, con mi ayuda y sin dolor. Tras el parto una voz empezó a decirme… “ahora tienes que hacer -control z- (el comando pare deshacer acciones en el ordenador). Al parecer aquella horrible ciudad fue en un tiempo una bonita aldea rodeada de naturaleza, pero yo un día copié un pedazo de otra ciudad y le di a –control V- (comando de pegar) sobre la imagen de la aldea. Presioné el mismo comando tres veces y tapé casi por completo la aldea y su naturaleza. Ahora era momento de deshacer aquello. Pero si lo deshacía el hospital dejaría de existir, y aquella mujer seguía allí dando a luz una y otra vez. Subí otra vez a la última planta, en el camino me encontré con una amiga. Le dije a ella como debía ayudar a la mujer a parir, le prometí que no sería complicado, que ella podría hacerlo mientras yo desalojaba el resto del hospital. Cuando terminé, volví a la última planta, el niño había nacido, incluso ya hablaba, pero mi amiga me dijo que la mujer sufrió mucho aquel parto, que ella no supo ayudarle bien. Aquello me dejó muy pensativa… pero ya no había tiempo para pensar. Y presioné mi primer –control z- . Un grupo de edificios desaparecieron y ví los primeros árboles. También apareció una gran autopista, una salida de la ciudad. Yo debía seguir deshaciendo pero la carretera me llamó tanto la atención que tomé una bicicleta y me fui. Luego me desperté.
Durante los últimos días de mi curso de meditación soñé que estaba bailando y cantando junto con otras dos chicas. Había un solista principal, un chico que debía saber ver cuál era la cantante adecuada para él. Me escogió a mi y luego me tiró por un precipicio al río. Mientras caí yo le gritaba-¡Noo, noo, yo soy fuego, no puedo caer al agua!- Cuando toqué el agua ésta se convirtió en lava y yo tenía el poder de controlar la lava. Así que generé un torbellino de lava que me regresó a la superficie. Pero en la superficie ya no estaba el chico, del impulso de empujarme a mí el mismo se cayó en un agujero que había tras él. Yo construí una escalera de lava y le ayudé a regresar a la superficie…. Y me desperté. Dos días más tarde, durante la meditación vino a mi una imagen. Un bebé sentado frente a una gran puerta. El bebé lloraba sin cesar y una voz decía, -está llorando porque todavía no conoce el fuego-. Yo me asusté, no quería que el bebé conociese el fuego, pensaba que eso le quemaría, que le podría hacer daño, creía que había otra manera de entender el fuego sin quemarse. La imagen cesó rápidamente.

Muchos sueños han marcado este viaje. Sé que algún día los escribiré todos, ahora mismo es mi mayor motivación y reto. Pero voy a dejar de lado el mundo onírico y seguiré contando mi viaje.

Los primeros días del curso de meditación yo estaba especialmente irritada. Había conocido a tres personas que hicieron el mismo curso y nadie me había hablado del dolor. La meditación Vipassana consiste en pasar 10 días en silencio, sin leer, escribir, sin mirar a los ojos a los demás. Nos levantábamos a las 4 de la mañana y meditábamos hasta a las 9 de la noche. Había tres descansos para comer y una charla final. Durante el resto del tiempo, unas 11 horas al día, meditábamos, estábamos sentados con las piernas cruzadas. Estar sin hablar no fue complicado, pero estar tanto tiempo sentado era muy doloroso. A los 15 minutos las piernas empezaban a dormirse, me movía un poco para evitarlo y el dolor se pasaba a la espalda. Evitar el dolor era imposible. Yo pensaba que aquello era una pérdida de tiempo. Que estaba de vacaciones y con la meditación quería calma, no dolor. Aunque la idea es no pensar, mil pensamientos se apoderaban de mí. Al tercer día se me antojó un bollo preñado, al quinto solo podía pensar en comer chocolate. El cuarto me lo pasé cantando mentalmente, recorrí todas las canciones, series, dibujos, películas que me habían gustado. El sexto día no dejaba de pensar que todavía quedaban 5 días más. Cinco días de pesadillas nocturnas, de dolores diarios, de malos pensamientos. No podía evitarlo, especialmente en las horas de media tarde todo se veía negro. Me enfadaba, lloraba… seguía sin moverme, pero por dentro todo era puro torbellino y no uno agradable. Dolor, dolor y más dolor, muy real… (aunque lo que más me dolió fue ver caer mi cepillo de dientes en el agujero del urinario de suelo… el cepillo cayó ante mis ojos como en cámara lenta, se tiró de cabeza al agujero aquel por el que habrían pasado miles de restos fecales y meos de todas partes del mundo). A partir del cuarto día una de las reglas era que durante una hora completa, tres veces al día uno no podía moverse en absoluto. Horas eternas que terminaban con puñetazos a mis propias piernas para despertarlas. Cada día, antes de empezar aquella hora, cada uno de los alumnos estiraban las piernas, los brazos, parecía que en vez de entrar a meditar nos íbamos a subir a un ring de boxeo. Las charlas nocturnas ayudaban a entender el proceso. Básicamente era una operación de la mente sin anestesia, una cirugía que nos dolía, pero no había que escapar del dolor, porque el dolor es real. Lo que nos enseñaban era básicamente a concentrarnos en nuestro cuerpo. En recorrer mentalmente nuestro cuerpo, en sentir cada pedazo sin dejar nada, sin rechazar ninguna sensación y sin atarnos a ninguna sensación porque la mayor verdad es que todo cambia. No hay que pensar ni imaginar nada, lo único real es nuestro cuerpo. Un día le dije al profesor que no entendía que tenía de malo refugiarse en la imaginación, cuando lo hacía me olvidaba del dolor. Me respondió lo mismo, lo real es el cuerpo, si vienen pensamientos no es malo, es natural, pero no hay que atarse a ellos, hay que dejarlos ir.

Junto a mi siempre estaba sentada Natasha, que luego fue mi compañera en el trecking del Everest. A ella no la escuchaba moverse, me daba una rabia. Y cuando lo hacía yo me sentía con el derecho de moverme también. Al frente estaba Anna, alemana, ella se movía mucho, finalmente necesitó una silla por causa de los problemas de espalda. La otra extranjera era Pak. Pak se sentaba en frente a la hora de la comida. Su cara siempre estaba serena. Yo jugaba a adivinar cual sería su nacionalidad. Podría ser China, Coreana, Japonesa. Luego había otras 5 mujeres nepalís. Una no dejaba de eructar constantemente y con mucha fuerza. Aquellos sonidos si estaban permitidos. Otra se veía triste, frágil. Al mediodía siempre se tumbaba en la hierba, tumbada parecía una niña pero en su rostro había cientos de hermosas arrugas y su cabello era todo gris. La otra tenía cara de enfado eterno y otra con grandes dientes siempre sonriente. Un día la señora que no dejaba de eructar entró en mi cuarto a fisgonear. Yo estaba en el baño y la ví, pero no le dije nada, no podía. Se suponía que no nos debíamos mirar pero aquella señora me miraba constantemente. Un día se acercó y me habló. Me dijo que yo era igual a su hija emigrada en Estados Unidos.
Me esforcé mucho por seguir todas las normas, con fe ciega. Había momentos que inevitablemente me refugiaba en la imaginación o me ponía a cantar, pero las tres horas sin moverse las seguía a raja tabla. El sexto día realmente fue el más duro, todo me parecía una tontería. Y rompí una de las reglas, leí. Leí lo único que tenía para leer, ya que los libros los dejamos en una taquilla. Y lo único que tenía para leer era la etiqueta de mi gel de baño, que dice lo siguiente… “un dulce gel de baño en crema que evoca el encanto de un paraíso desconocido. Déjate envolver por su fragancia en la que destacan las notas de coco mezcladas con un toque goloso de caramelo sobre un fondo de ligeras notas dulces. Disfruta con el placer de un intenso perfume combinado con una textura cremosa y nutritiva. Modo de empleo: comienza el ritual del baño disfrutando de su delicioso aroma al verter una cantidad de gel sobre una esponja o directamente sobre la mano. Siente su textura al extenderlo con un suave masaje sobre la piel mojada. Para finalizar tu momento de relax, aclara con abundante agua”. Dios santo querido, por todos los Budas… ¿qué me estaba diciendo aquel gel de baño?¿ Porque un gel de baño me tiene que decir cómo sentir?¿porque un gel de baño insiste tanto en las sensaciones? Sea como sea, me hizo reir… yo misma encontraba cada día el mayor placer del mundo lavando mi ropa. Cada día lavaba una prenda sólo por sentir el agua y jugar con ella. Estábamos tan limitados de otros estímulos que algo tan simple se convertía en una delicia.
El séptimo día nos llevaron a meditar a otro lugar, bajo la pagoda, en celdas individuales. Sentí el aire de aquel lugar muy distinto, me relajé más y lo disfruté mucho. Era como una excursión, aunque yo hacía lo mismo, estar sentada y sin moverme. El octavo día ya estaba más concentrada, sobre todo pensando que aquello se terminaría enseguida. Ya no sentía tanta ira, y había comprendido varias cosas. Me di cuenta que había una serie de pensamientos que se repetían una y otra vez, me di cuenta que era lo que realmente me preocupaba, pude focalizar un poco más. El noveno día me encantó. Todo me costaba un poco menos y durante el descanso del mediodía me tumbé a tomar la siesta en la hierba. Crucé los brazos sobre mi estómago y me sentí… disfrutaba solo con el tacto de mi propia piel, me gustaba abrazarme, tocarme las manos. Al mismo tiempo una imagen me vino a la cabeza. Me ví a mi misma en una pradera tumbada al sol y junto a mi había un chico. Estábamos cogidos de la mano y nos mirábamos sin hablar, nos mirábamos y nos sonreíamos. Luego él se levantaba y se marchaba. Yo me quedaba allí sola, pero sabía que lo encontraría otra vez.
Llegó el décimo día. Empezamos como siempre a meditar a las 4 y media, luego a las 6 y media desayuno, vuelta a meditar durante una hora sin movimiento alguno. Era el último día y tras la hora de silencio hicimos un ejercicio nuevo llamado Metadanma. Consistía en envíar amor a uno mismo y a todos los demás. Consistía en compartir aquello que habíamos aprendido. Por fin me podía dejar llevar por la imaginación… y me ví a mi misma trepando un árbol gigantesco. Cuando llegué a la copa un dragón me recogió y me llevo a volar por una tierra ideal. Junto al mar había una hermosa ciudad donde todo el mundo sonreía, los campos eran verdes, los árboles brillaban, el aroma era floral. Había un río, seguí la corriente y llegué a una pequeña cascada, tras ella las enormes montañas que delimitaban la zona. En un campo, junto a la cascada encontré al chico que había imaginado unos días antes. Se subió conmigo al dragón. Le pregunté que quería ver y el me dijo que el desierto. Así que sobrevolamos juntos las montañas y llegamos al desierto. Pero no sólo encontramos arena, encontramos otros pueblos, distintos a aquella ciudad inicial, con otras costumbres y nos divertíamos descubriendo sus diferencias. Luego regresamos a nuestra ciudad, la sobrevolé muy cerca del suelo y encontré en ella a mi familia, mis amigos a toda la gente que había pasado por mi cabeza durante los días de meditación. Todos estaban llenos, plenos, y contentos. Si, aquel era un mundo maravilloso. Regresé al chico al pie de la cascada donde lo había encontrado. El dragón me dejó a mí en la copa del árbol. Lo descendí y mientras bajaba, afuera, en mi cuerpo alguien me movía el brazo y me decía que era hora de salir, que ya se había acabado el silencio y que podíamos salir y hablar.

Yo quería que mi primera palabra fuese amor o compasión o alegría. Pensaba salir y echar a correr hacia mi cuarto y decir estas palabras. Si veía a otras personas lo primero sería ¿Qué tal? ¿Cómo te sientes?. Pero no fue así. Natasha y yo fuimos las últimas en salir. Las demás mujeres ya estaban afuera. Así que cuando abrí la puerta ellas estaban esperando con una gran sonrisa en la cara. La primera mujer que vi, que me miró a los ojos y me sonrió fue la que parecía estar siempre enfadada. Ella sonreía pletórica y la primera palabra que me dijo fue “namasté” . Y mi primera palabra fue Namasté. Mis primeras palabras fueron todas Namasté. Y tras ello rompí a llorar. No podría explicar la emoción que sentí. Yo misma estaba sorprendida. Sentía que acababa de vivir toda mi vida intensamente en diez días, sentía que de repente me había muerto y estaba naciendo de nuevo. Y que no estaba sola. Había un mundo esperándome lleno de sonrisas. Ahora, mientras escribo los ojos se me vuelven a empañar recordando aquella sensación. Mas tarde me encontré a otro de los estudiantes, un señor mayor con el que había hablado antes de empezar el curso. En su momento no me cayó muy bien por lo que le dijo a mi compañera alemana.. –Alemania tuvo a Hitler, Nepal a Buda-. Pero esta vez él se veía diferente y el me vio diferente y me dijo: -tu sonrisa es mejor, acabas de ganar una guerra”.
Aquel día todos hablamos de nuestras experiencias mientras seguimos meditando pero con menos rigor. Conversé con Anna y Natasha sobre el dolor. En aquel momento yo seguía diciendo que no me parecía justo que hubiese que sufrir tanto para liberarse. Ellas ya entendían que el dolor era parte de la vida, otra parte más y que todo cambia. Yo estoy empezando a aceptarlo ahora a regañadientes. Luego hablé con Pak, que no era ni coreana, ni japonesa, ni china, era rusa. Y Pak era su apellido, su nombre era Sivitliana. Su familia de origen era Coreana, con la guerra había emigrado a Kurdistán (creo)y luego los había expulsado a Rusia. La mujer que decía que me parecía a su hija no dejaba de abrazarme una y otra vez y me decía (chori-hija en sanscrito). Cuando nos despedimos lloró pensando que se despedía otra vez de su hija. Al día siguiente nos reencontramos de casualidad en un autobús y nos invitó a mi y a Natasha a comer a su casa. Me enseñó las fotos de su hija y creo que no me parezco en nada.

Mi otro gran momento espiritual llegó en Camboya. Tras ver el templo de Beng Maelea, que Kenny me había recomendado, seguí un camino que había tras las ruinas y llegué a un río donde unos niños jugaban. Ellos se deslizaban sobre las rocas, patinando, en ocasiones se caían y acababan dándose un buen golpe y cayendo en un agujero del rio, luego salían a la superficie riéndose de su propia caída. Mientras los veía decidí empezar mi nuevo diario. Aquellos días estaba terriblemente triste, viajaba sola otra vez y no sabía que hacer a mi regreso. Pero escribí que tal vez la clave estaba en aquello que veía, que había que jugar, arriesgarse y patinar y si uno se caía pues nada, el río te recoge, sales a la superficie, te ríes de ti mismo y vuelves a jugar. Mientras escribía esto tres niños se acercaron y me invitaron a jugar con ellos. Yo les dije que solo me mojaría los pies. Me acerqué a las rocas, metí un pie y cuando di el siguiente paso me resbalé y caí con toda mi ropa al río. Una vez mojada solo me quedaba disfrutar del momento. Fui a las rocas donde patinaban y me puse a patinar, y claramente me caí otra vez. Mi cuerpo se deslizó hasta el río. Me sorprendió que aquel tramo de río era muy profundo. Todo mi cuerpo se sumergió. Tal vez estuve bajo el agua un segundo. Pero yo lo sentí eterno, sentí miedo porque no sabía que había en el fondo de aquel río, temía por las cobras, mi cuerpo se sumergía más y más y no tocaba el fondo. Tomé fuerzas y salí a la superficie, afuera los niños se reían de mí y yo me reí con ellos.

Otro de mis grandes aprendizajes ha sido la importancia de la diversidad. La necesidad de que existan las diferencias para poder sobrevivir en todos los ámbitos. Lo que no tiene uno lo tiene el otro y en vez de ver en ello un problema, ahora entiendo (o intento entender) que no es motivo para desilusionarse si no para aprender. Lo aprendí observando la naturaleza con mi familia nepalí a nivel general, disfrutando de la diferencia de las culturas, y lo aprendí a nivel personal viajando con Kenny (que esa es otra gran historia, con sus sueños, pero para otro momento).

Todo mi viaje hasta ahora ha sido como aquellos 10 días de meditación. Dulce y amargo también. He meditado a ratos, no todos los días, pero he pasado por mil emociones, he vivido intensamente, he sido muy feliz, he amado y me han amado, pero también he tenido que decir adiós, he llorado, he estado sola, muy sola, he pasado por infiernos internos donde cada vez que miraba al futuro sólo veía un agujero o un precipicio, he aceptado todo cuanto me ha llegado, cada emoción, y cada persona… y espero poder seguir entendiendo que todo cambia, que todo está en movimiento, espero seguir aceptando. Todo un trabajo personal que no ha terminado todavía. Todavía me queda el camino a casa y estoy deseando ver las sonrisas de la gente que quiero, y aceptarlos como son, quererlos sin reproches, aprender de sus diferencias y jugar.

Pd: Namasté es el saludo habitual en Nepal, es como decir “hola”, y normalmente lo acompañas con una breve reverencia. Hoy mismo he querido encontrar el verdadero significado, ya que en sanscrito nada es casual, y esto es lo que me he encontrado.
Wikipedia:
Proviene del sánscrito namas: ‘reverencia, adoración’, y te (dativo del pronombre personal tuám: ‘tú, usted’): ‘a ti, a usted’.Según algunos autores,el término namas a su vez se puede dividir —por las reglas del sandhi (división de las palabras)— en na: ‘no’, y ma: ‘mío’. Implicaría la ausencia del concepto de propiedad (esto no es mío).
Otra fuente
“Namaste”, acompañado por un gesto tal como un cálido abrazo o una reverencia respetuosa es reconocimiento de la profundidad y de la unidad del espíritu que envuelve todo.
Namaste no significa Buenos Días, Buenas Tardes o Buenas Noches. No es Hola o Adiós, es mucho más que eso. Es un reconocimiento total y completo del espíritu que mora en el interior el que se expresa internamente y sin forma.
Namaste es tan profundo como el manantial más profundo y tan dorado como la luz del sol, pero muchos lo consideran pasado de moda y en consecuencia ha dejado de ser una cortesía.
Reducido de rango, ha sido reemplazado por saludos más comunes y superficiales, tales como aquellos que reconocen lo que uno mismo ha estado haciendo últimamente, en lugar de ser simplemente la palabra viva de Todo Lo Que Es.